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Las palabras de un poeta son ya actos.
Edmund Burke
La superstición es la religión de los espíritus débiles.
Los hombres que se arruinan lo hacen siempre por el lado de sus inclinaciones naturales.
El amor celoso enciende su antorcha en el fuego de las furias.
Un miedo vigilante y previsor es madre, de la seguridad.
Lo único que necesita el mal para triunfar es que los hombres buenos no hagan nada.
Las grandes aflicciones jamás han enseñado, y mientras dure el mundo jamás enseñarán ninguna buena lección a parte alguna de la humanidad. Las miserias extremas, igual que las más grandes dichas; dejan ciegos a los hombres.
Creen muchos que la moderación es una especie de traición.
¡La prensa, el cuarto poder...!
Nunca desesperes. Pero si a ello llegas, sigue trabajando a pesar de la desesperación.
Es propio interés del comercio el que la riqueza se encuentre difundida en todas partes.
El favoritismo nos grava más pesadamente que muchos millones de deuda.
Ningún grupo puede actuar con eficacia si falta el concierto; ningún grupo puede actuar en concierto si falta la confianza; ningún grupo puede actuar con confianza si no se halla ligado por opiniones comunes, afectos comunes, intereses comunes.
Entre la astucia y la credulidad, la voz de la razón queda sofocada.
¡Qué sombras somos, y qué sombras perseguimos!
El hombre según su condición no es más que un animal religioso.
La costumbre es el alma de los estados.
El mayor error lo comete quien no hace nada porque sólo podría hacer un poco.
Alguien ha dicho que cualquier rey puede nombrar a uno noble, pero jamás podrá hacer un caballero.
Toda clase de gobiernos está basada sobre compromisos y pactos.
La libertad sin virtud ni sabiduría es el mayor de todos los males.
De la misma forma que la riqueza es poder, todo poder atrae infaliblemente hacia sí la riqueza por uno u otro medio.
El pueblo no renuncia nunca a sus libertades sino bajo el engaño de una ilusión.
Las concesiones de los débiles son las concesiones del miedo.
Quejarse de los tiempos en que vivimos, murmurar de los actuales gobernantes, lamentarse del pasado y concebir extravagantesesperanzas para lo futuro, todas ellas son disposiciones comunes a la mayor parte de los hombres.
La libertad, y no la esclavitud, es el antídoto de la anarquía; de la misma manera que la religión, no el ateísmo, es el verdadero remedio de la superstición.
La elocuencia puede existir sin un don proporcional de sabiduría.
El pueblo que jamás mira atrás, hacia sus antepasados, tampoco mirará adelante, a la posteridad.
La sociedad humana constituye una asociación de las ciencias, las artes, las virtudes y las perfecciones. Como los fines de la misma no pueden ser alcanzados en muchas generaciones, en esta asociación participan no sólo los vivos, sino también los que han muerto y los que están por nacer.
No hay que juzgar siempre de la generalidad de la opinión por el ruido de la aclamación.
Ya sé fue para siempre aquella sensibilidad de los principios, aquella castidad del honor, que sentía una mancha como una dolorosa herida.
La ciencia se corrompe con facilidad si dejamos que se estanque.
Nunca podréis planear lo porvenir por lo pasado.
La falsedad tiene una perenne primavera.
El Gobierno es una invención de la sabiduría del hombre para subvenir a las necesidades humanas. Los hombres tienen derecho a que estas necesidades les sean satisfechas.
Antes de felicitarnos por dar libertad a las gentes debemos preguntarnos qué harán con ella.
Una guerra jamás deja a una nación en el mismo lugar en que la halló.
Es un error común el suponer que quienes más vociferan a cuenta del público son los que más ansían su bienestar.
Nada es tan fatal para la religión como la indiferencia.
El interés, ese gran guía del comercio, no es ciertamente ciego. El sabe muy bien abrirse su camino; y sus necesidades son su mejor ley.