Imágenes
Quién pudiera como el río, ser fugitivo y eterno.
Dulce María Loynaz
Dulzura del olvido como un rocío leve cayendo en la tiniebla...
Hombre del sol, sujétame con tus brazos fuertes, muérdeme con tus dientes de fiera joven, arranca mis tristezas y mis orgullos, arrástralos entre el polvo de tus pies despóticos. ¡Y enséñame de una vez, ya que no lo sé todavía, a vivir o a morir entre tus garras!
Eres de la raza del sol: moreno, ardiente y oloroso a resinas silvestres.
Fuera de ti ha de sobrarme el mundo como le sobra al río el aire, al mar la tierra, a la espada la mesa del convite.
Amor es desenredar marañas de caminos en la tiniebla: ¡amor es ser camino y ser escala!
Yo no diré que él sea el más hermoso, ¡pero es mi río, mi país, mi sangre!
Yo no sé de árbol fuerte más fuerte que su alma...
Voy a medirme el amor con una cinta de acero: Una punta en la montaña. La otra... ¡Clávala en el viento!
Para ti lo infinito o nada; lo inmortal o ésta muda tristeza que no comprenderás...
¿Y esa luz? Es tu sombra.
Nadie escucha mi voz, si rezo o grito: soy isla asida al tallo de los vientos.
Hay algo muy sutil y muy hondo en volverse a mirar el camino andado... El camino en donde, sin dejar huella, se dejó la vida entera.
Siempre, amor... (¡Y estas dos palabras naufragas, entre alma y piel clavadas contra el viento!)
Miro siempre al sol que se va porque no sé qué algo mío se lleva.
Si yo no hubiera sido, el alma mía repartida pondría en cada cosa una chispa de amor...
El beso que no te di se me ha vuelto estrella dentro... ¡Quién lo pudiera tornar -y en tu boca- otra vez beso!
No es difícil llorar en soledad, pero es casi imposible reír solo.
De noche el reloj que late es el corazón del tiempo.
Si me quieres, quiéreme entera, no por zonas de luz o sombra... Si me quieres, quiéreme negra y blanca. Y gris, y verde, y rubia, quiéreme día, quiéreme noche... ¡Y madrugada en la ventana abierta!
No te nombro; pero estás en mí como la música en la garganta del ruiseñor aunque no esté cantando.