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Ni aún los dioses inmortales -dicen algunos pueblos germánicos a César- pueden rivalizar con los suevos.
David Hume
Barbarie y arbitrariedad: tales son los atributos, aunque se los disimule con otros nombres, que constituyen, según podemos ver en todas partes, el carácter dominante de la Deidad para las religiones populares.
Jamás puede permitirse que nuestros pensamientos vayan a la deriva, si hemos de realizar una obra que produzca a la humanidadsatisfacción duradera.
El autodominio de la mente es limitado, como lo es su dominio del cuerpo.
Es verdad que si los hombres intentan discutir sobre cuestiones que están totalmente allende el alcance de la capacidad humana, como las concernientes al origen de los mundos o la organización de un sistema intelectual o de una región de espíritus, pueden durante largo tiempo azotar el aire con sus estériles contiendas y no llegar jamás a una conclusión definitiva.
El pueblo, en todas partes, rebaja a sus deidades hasta su propio nivel y las considera meramente como una especie de criaturas humanas, algo más podesas e inteligentes.
Las causas y efectos no pueden descubrirse por la razón, sino por la experiencia.
Cualquier hombre poco juicioso e ilustrado percibe fácilmente el poco fundamento que tienen incluso sistemas que han obtenido el mayor crédito y que han pretendido poseer en el más alto grado una argumentación exacta y profunda.
¡Con qué avidez son recibidos las maravillosas relaciones de los viajeros, sus descripciones de monstruos marinos y terrestres, las narraciones de sus portentosas aventuras de gentes extrañas y de sus singulares costumbres!
La naturaleza es siempre demasiado fuerte para la teoría.
Un milagro es la violación de las leyes de la naturaleza.
Toda creencia en una cuestión de hecho o existencia reales deriva meramente de algún objeto presente a la memoria o a los sentidos y de una conjunción habitual entre éste y algún objeto.
... atribuyendo a la divinidad, como es demasiado común, las pasiones y flaquezas humanas, se la representa celosa y vengativa, caprichosa e injusta, como una persona perversa y tonta en todo sentido, excepto en lo relativo a su poder y autoridad superiores.
¿Qué respondía el oráculo de Delfos cuando se le preguntaba cuáles eran los ritos o cultos más aceptables para los dioses? Aquellos que están legalmente establecidos en cada ciudad.
Y si uno no acepta que algunos de los términos medios son distintos entre sí, no puede, sin caer en el absurdo, negar que los extremos son idénticos.
Nada hay tan semejante como los huevos, pero nadie, en virtud de esta aparente semejanza, aguarda el mismo gusto y sabor en todos ellos.
Cuando das un paso más allá del sistema del mundo, lo único que haces es excitar un humor inquisitivo que no es posible satisfacer jamás.
Una obra sin finalidad se parecería más a los delirios de un loco que a los sobrios esfuerzos del genio o del sabio.
Y mientras que el cuerpo está confinado a un planeta a lo largo del cual se arrastra con dolor y dificultad, el pensamiento, en un instante, puede transportarnos a las regiones más distantes del universo; o incluso más allá del universo, al caos ilimitado donde, según se cree, la naturaleza se halla en confusión total.
Incluso si todos los sabios, durante varias edades, se hubieran consagrado a un estudio infructuoso sobre cualquier tema, de todas formas podría ser precipitado concluir decididamente que éste sobrepasa, por ello, toda comprensión humana.
En general hay un grado de duda, de cautela y modestia que, en toda clase de investigaciones, debe acompañar siempre al razonador cabal.
Es suficiente, por ahora, haber establecido la siguiente conclusión: que los tres principios de conexión de ideas son las relaciones de semejanza, contigüidad y causa y efecto.
¿Y me va a decir a mí alguien en serio que un universo ordenado tiene que provenir de algún pensamiento y algún arte semejantes a los del hombre porque tenemos experiencia de ello?
Ningún testimonio es suficiente para establecer un milagro, salvo que su falsedad fuese más milagrosa que el hecho que se trata de establecer.
Afirman que la Deidad es la causa inmediata de la unión entre alma y cuerpo y que no son los órganos sensoriales los que, siendo alcanzados por objetos externos, producen sensaciones en la mente, sino que se trata de una volición particular de nuestro Creador omnipotente, que excita tal sensación a consecuencia de un determinado movimiento en el órgano.
El más dulce e inofensivo camino de la vida conduce a través de las avenidas de la ciencia y del saber.
Un cometa es la semilla de un mundo.
Y, ciertamente, cuando consideramos cuán adecuadamente se vinculan entre sí la evidencia natural y la evidencia moral, y componen una sola cadena de inferencias, no tendremos reparos en admitir que son de una misma naturaleza y derivadas de los mismos principios.
Todos los razonamientos pueden dividirse en dos clases, a saber, el razonamiento demostrativo o aquel que concierne a las relaciones de ideas y el razonamiento moral o aquel que se refiere a las cuestiones de hecho y existenciales.
La razón es y debe ser solamente la esclava de las pasiones.
Y en la filosofía no podemos ir más lejos de afirmar que la creencia es algo sentido por la mente que distingue las ideas del juicio, de las ficciones de la imaginación.
Es seguro que la distancia disminuye la fuerza de toda idea y que el acercamiento a cualquier objeto, aunque no se manifieste a los sentidos, opera sobre la mente con un influjo que imita al de una impresión inmediata.
Hesíodo, cuyos escritos juntamente con los de Homero contenían el sistema canónico de los cielos, supone que dioses y hombres han surgido por igual de fuerzas desconocidas de la naturaleza.
Si juzgamos por nuestra experiencia limitada e imperfecta, la generación tiene algunas ventajas sobre la razón; porque todos los días vemos a la última provenir de la primera, pero nunca a la primera de la última.
Tan abierto es el politeísmo, que aún la mayor ferocidad y antagonismo que pueda hallar en una religión contraria difícilmente llegaron a repugnarle y mantenerlo a distancia.
Los viajeros y conquistadores griegos y romanos reconocían sin mayor dificultad a sus propios dioses en todas partes y decían: éste es Mercurio; aquélla es Venus; éste, Marte; aquél, Neptuno, cualquiera fuera el nombre con que se designara a los dioses extranjeros.
Desde mi punto de vista, sólo parece haber tres principios de conexión entre ideas, a saber: semejanza, contigüidad en el tiempo o en el espacio y causa o efecto.
Los errores en materia de religión son peligrosos; en filosofía son simplemente ridículos.
Que los estudiantes de filosofía aprendan primero lógica, después ética, a continuación física y en último lugar la naturaleza de los dioses.
Cada solución da pie a una nueva pregunta.