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Desde Rabelais, cada generación de Gargantúas siente un horror juvenil por los Holofernes y una gran necesidad de Ponocrates; en otras palabras el deseo siempre renovado de formarse oponiéndose al aire de los tiempos, al espíritu del lugar, y el deseo de florecer a la sombra -¡o, más bien, en la claridad!- de un maestro considerado ejemplar.
Daniel Pennac
La presencia del profesor que habita plenamente su clase es perceptible de inmediato. Los alumnos la sienten desde el primer minuto.
Las cosas más hermosas que hemos leído se las debemos casi siempre a un ser querido. Y un ser querido será el primero a quien hablemos de ellas.
Siempre he pensado que la escuela la hacen, en primer lugar, los profesores.
En una película todo está dado, nada se conquista, todo está masticado, la imagen, el sonido, los decorados, la música de fondo en el caso de que no se entendiera la intención del director...
¡Todos los profes sois iguales! ¡Lo que os faltan son cursos de ignorancia! Os hacen pasar toda clase de exámenes y de oposiciones sobre vuestros conocimientos adquiridos, cuando vuestra primera cualidad debiera ser la aptitud para concebir el estado de quien ignora lo que vosotros sabéis.
¡El miedo no te protege de nada, te expone a todo! Pero eso no impide ser prudente. La prudencia es la inteligencia del valor.
Nuestra voz es la música que hace el viento al atravesar nuestro cuerpo.
Aprender es, antes que nada, aprender a dominar tu cuerpo.
Esos profesores no compartían con nosotros solo su saber, sino el propio deseo de saber. Y me comunicaron el gusto por su transmisión.
La lectura es un acto de creación permanente.
La condición sine qua non para liberar al zoquete del pensamiento mágico es negarse categóricamente a evaluar su respuesta si es absurda.
En este mundo hay que ser demasiado bueno para serlo bastante.
El auténticoplacer de la novela reside en el descubrimiento de esta intimidad paradójica: el autor y yo...
Cuanto más se analiza ese cuerpo moderno, cuanto más se lo exhibe, menos existe.
El problema es que queremos hacerles creer en un mundo donde solo cuentan los primeros violines.
Durante toda nuestra vida, hay que hacer un esfuerzo para creer a nuestros sentidos.
En la sociedad donde vivimos, un adolescente instalado en la convicción de su nulidad es una presa.