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El miedo del peligro es diez mil veces más terrorífico que el peligro mismo, cuando que el mismo mal que nos tiene ansiosos.
Daniel Defoe
Pero si me es posible expresar, al cabo de tanto tiempo, lo que pensaba entonces, diré que estaba diez veces más asustado por haber abandonado mis resoluciones y haber retomado mis antiguas convicciones, que por el peligro de muerte ante el que me encontraba.
La vida de un soldado es la perfecta antítesis de la de un anacoreta, y no sé qué otra cosa pudo inspirarme tan gran repugnancia a partirme de allí si no fue el sentimiento que tuve de ello.
Allí donde Dios erige una iglesia, el demonio siempre levanta una capilla; y si vas a ver, encontrarás que en la segunda hay más fieles.
Fue así que el rumor se desvaneció y la gente empezó a olvidarlo, como se olvida una cosa que nos incumbe muy poco, y cuya falsedad esperamos.
Pero yo había nacido para ser mi propio destructor, y no pude resistirme a esa oferta más de lo que pude renunciar, en su día, a mis primeros y fatídicos proyectos, cuando hice caso omiso a los consejos de mi padre.
La pobreza, como ya he dicho, endurecía mi corazón y mi necesidad me hacía mirar con indiferencia la de los demás.
La destrucción de sí mismo es el efecto de la cobardía en su grado más extremo.
La necesidad hace de un hombre honrado un pillo.
Esto me causó una gran aflicción y me hizo comprender, aunque demasiado tarde, la estupidez de iniciar un trabajo sin calcular los costos ni juzgar la capacidad para realizarlo.
Mi amigo el doctor Heath decía -y la experiencia lo probaba- que la enfermedad seguía siendo tan contagiosa como antes y que el número de casos era el mismo; lo único que afirmaba es que causaba menos muertos.
¡Cuán misericordioso puede ser nuestro Creador con sus criaturas, aun cuando parece que están al borde de la muerte y la destrucción! ¡Hasta qué punto puede dulcificar las circunstancias más amargas y darnos motivos para alabarlo, incluso desde celdas y calabozos! ¡Qué mesa había servido para mí en medio del desierto, donde al principio tan solo pensaba que iba a morir de hambre!
Todos actuaban como si se prepararan para el otro mundo, pues no parecía que pudiésemos hacer mucho más. Nuestro único consuelo era que, contrario a lo que esperábamos, el barco aún no se había quebrado, y, según pudo observar el capitán, el viento comenzaba a disminuir.
Así pues, siguió organizando como antes bailes en honor de las damas, y una corrida de toros por seguirles el humor a los caballeros. No hay en España diversión pública más apreciada que ésta.
Me sentí libre del temor de que alguien pudiera testificar contra mí, porque todos los que tuvieron algo que ver conmigo habían sido ahorcados o deportados. Se me conocía por el nombre de Moll Flanders y aunque hubiera tenido la desgracia de ser detenida diría que me llamaba de otro modo y no podrían achacarme mis antiguos delitos.
Hay personas inconformes, que no son capaces de disfrutar felizmente lo que Dios les ha dado porque ambicionan precisamente aquello que les ha sido negado y me parece que toda nuestra infelicidad, por lo que no tenemos, proviene de nuestra falta de agradecimiento por lo que tenemos.
Todo nuestro descontento por aquello de lo que carecemos procede de nuestra falta de gratitud por lo que tenemos.
Y añadió que empezaba a tener esperanzas, e incluso más que esperanzas: la crisis de la infección había pasado y ésta, señaló, se iba. Y las cosas ocurrieron así. El registro de la semana siguiente, la última de septiembre, indicó una disminución de dos mil, por lo menos.
Pero a mí nada me entusiasmaba tanto como el mar, y dominado por este deseo, me negaba a acatar la voluntad, las órdenes, más bien, de mi padre y a escuchar las súplicas y ruegos de mi madre y mis amigos. Parecía que hubiese algo de fatalidad en aquella propensión natural que me encaminaba a la vida de sufrimientos y miserias que habría de llevar.
Hay que ser feliz y alegre.
Los disgustos que nos rodean respecto de lo que no tenemos, emanan todos de la falta de agradecimiento por lo que poseemos.
Nunca sabemos ponderar el verdadero estado de nuestra situación hasta que vemos cómo puede empeorar, ni sabemos valorar aquello que tenemos hasta que lo perdemos.
No es pecado engañar al diablo.
No experimentamos las ventajas de un estado hasta que probamos los sinsabores de otros. No conocemos el valor de las cosas hasta que nos vemos privados de ellas.
No hay en la vida condición tan miserable en que no exista algo positivo o negativo que haya de mirarse como un favor de la Providencia.
Un comerciante honrado es el mejor caballero de la nación.
Todos los males han de ser juzgados pensando en el bien que traen consigo y en los males mayores que pueden acechar.
En ese mismo momento, cuando en verdad podíamos decir: Vano es el socorro del hombre, quiso Dios, para nuestra grande y dulcísima sorpresa, abatir la furia del mal, y al declinar la malignidad de éste, y aunque aún había un número infinito de enfermos, cada vez fueron muriendo menos.
El miedo al peligro es diez mil veces peor que el peligro mismo y el peso de la ansiedad es mayor que el del mal que la provoca.
Así como la ambición es la raíz de todo mal, la miseria es, a mi juicio, la peor de todas las asechanzas.
Al parecer, los holandeses esperaban que presentáramos batalla allí, pero el escenario nos era adverso: nuestros barcos eran de mayor calado que los suyos, y durante la contienda anterior el Charles se había ido a pique en aquellos bancos de arena.
Ahora empezaba a darme cuenta de cuánto más feliz era esta vida, con todas sus miserias, que la existencia sórdida, maldita y abominable que había llevado en el pasado.
Creo que es imposible expresar cabalmente, el éxtasis y la conmoción que siente el alma cuando ha sido salvada, diría yo, de la mismísima tumba.
Casi no necesito decir al lector que en ese instante resolví permanecer en la ciudad, y que, entregándome enteramente a la bondad y la protección del Todopoderoso, no buscaría ninguna otra clase de refugio. Mis horas estuvieron en sus manos siempre, y era tan capaz de protegerme en época de epidemia como en época de salud.
Tal era mi ferviente deseo de que tan solo un hombre se hubiese salvado: ¡Oh, si tan solo uno se hubiese salvado! Repetía una y mil veces: ¡Oh, si tan solo uno se hubiese salvado!
Cuando más grande es vuestra gloria, más cerca estáis de vuestra declinación.
Dondequiera que Dios erige una iglesia, el demonio levanta siempre una capilla; y verá quien bien lo mire, que esta última reúne mayor número de asistentes.
Todos los hombres pueden ser tiranos si quisieran.
Aprendí a considerar más el aspecto brillante de mi situación que lo que me faltaba, y este recurso, a veces, me proporcionó tan inefable consuelo, que apenas puedo expresarlo.
Una vez que todos se han sentado, se abre el primero de los corrales. Tan pronto como el toro ve la luz, sale venteando el ambiente y observando cuanto le rodea, como admirado de ver a quienes están aguardándole. Levanta la cola y escarba la tierra con sus patas delanteras como si tratara de desafiar a su aún invisible antagonista.