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Hoy no ha venido nadie y hoy he muerto qué poco en esta tarde.
César Vallejo
¿Batallas? ¡No! Pasiones. Y pasiones precedidas de dolores con rejas de esperanzas, de dolores de pueblos con esperanzas de hombres, ¡muerte y pasión de paz, las populares!
Yo nací un día que Dios estuvo enfermo.
El carnicero piensa en ti, palpando el hacha en que están presos el acero y el hierro y el metal: jamás olvides que durante la misa no hay amigos.
¡No es grato morir, señor, si en la vida nada se deja y si en la muerte nada es posible, sino sobre lo que se deja en la vida!
Y hembra es el alma de la ausente. Y hembra es el alma mía.
¡Oh! Escándalo de miel de los crepúsculos. Oh, estruendo mudo.
El literato de puerta cerrada no sabe nada de la vida. La política, el amor, el problema económico, el desastre cordial de la esperanza, la refriega directa del hombre con los hombres, el drama menudo e inmediato de las fuerzas y las direcciones contrarias de la realidad, nada de esto sacude personalmente al escritor de puertas cerradas.
Pero para las lágrimas de amor, los luceros son lindos pañuelitos lilas, naranjos, verdes, que empapa el corazón.
Hoy me gusta la vida mucho menos, pero siempre me gusta vivir: ya lo decía.
¡La tumba es todavía un sexo de mujer que atrae al hombre!
¿Es para eso que morimos tanto? ¿Para sólo morir, tenemos que morir a cada instante?
Pienso en tu sexo, surco más prolífico y armonioso que el vientre de la Sombra.
¡Alejarse! ¡Quedarse! ¡Volver! ¡Partir! Toda la mecánica social cabe en estas palabras.
¡Cuán poco tiempo he vivido! Mi nacimiento es tan reciente que no hay unidad de medida para contar mi edad. ¡Si acabo de nacer! ¡Si aún no he vivido todavía! Señores; soy tan pequeñito, que el día apenas cabe en mí.
¡Oh! Botella sin vino ¡Oh! ¡Vino que enviudó de esta botella!
¿Por qué las madres se duelen de hallar envejecidos a sus hijos, si jamás la edad de ellos alcanzará a la de ellas? ¿Y por qué, si los hijos, cuanto más se acaban, más se aproximan a los padres?
Me gustará vivir siempre, así fuese de barriga, porque, como iba diciendo y lo repito, ¡tanta vida y jamás! ¡Y tantos años, y siempre, mucho tiempo, siempre, siempre!
¡Ya no llores, Verano! En aquel surco muere una rosa que renace mucho.
¿Quién no habla de un asunto muy importante muriendo de costumbre y llorando de oído?
Considerando en frío, imparcialmente, que el hombre es triste, tose, y sin embargo se complace en su pecho colorado.
Evadirse de la prisión de la forma poética y de la sintaxis.
Mi dolor es el viento del norte y del viento del sur.
Simplificado el corazón, pienso en tu sexo, ante el hijear maduro del día.
¡Llegué a confundirme con ella, tanto! Por sus recodos espirituales, yo me iba jugando entre tiernos fresales, entre sus griegas manos matinales.
¡Tus pies son dos heráldicas alondras que eternamente llegan de mi ayer!
¡Melancolía, deja de secarme la vida y desnuda tu labio de mujer!
Reanudo mí día de conejo, mi noche de elefante en descanso.
Hay soledad en el hogar sin bulla, sin noticias, sin verde, sin niñez.
Y en esta hora fría, en que la tierra trasciende a polvo humano y es tan triste, quisiera yo tocar las puertas, y suplicar a no sé quién, perdón, y hacerle pedacitos el pan fresco aquí en el horno de mi corazón...
¡Pupitre, sí, toda la vida; púlpito, también toda la muerte!
Pues de resultas del dolor, hay algunos que nacen, otros crecen, otros mueren, y otros que nacen y no mueren, otros que sin haber nacido mueren y otros que no nacen ni mueren.
Aquella noche de setiembre, fuiste tan buena para mí... ¡Hasta dolerme!
¿Qué hay de más desesperante en la tierra que la imposibilidad en que se halla el hombre feliz de ser infortunado y el hombre bueno, de ser malvado?
En el momento en que el tenista lanza magistralmente su bala, le posee una inocencia totalmente animal; en el momento en que el filósofo sorprende una nueva verdad, es una bestia completa.