Imágenes
Toda en mis ojos brilla la desnudez de tu presencia.
Carlos Pellicer Cámara
Las cosas por sí mismas manejan su propia retórica y su elocuencia es su patrimonio intrínseco.
La fuerza de mis brazos que te agobian tan dulcemente, el gran beso insaciable que se bebe a sí mismo.
Tu amor es el erario inagotable que costea el país de los poemas.
Tu cuerpo es lo desnudo que hay en mí, toda el agua que va rumbo a tus cántaros...
Si los muralistas tenían una personalidad tan imponente como sería Vasconcelos que había podido reunir a su alrededor intelectuales de primera línea.
Su paso era bello: ni corto ni largo. En sus ojos cabían los montes y todo el paisaje en sus brazos.
Meciéndose en los álamos el viento te descuentan la dicha de tus ojos bebiéndose en los míos.
Yo leía poemas y tú estabas tan cerca de mi voz que poesía era nuestra unidad y el verso apenas la pulsación remota de la carne.
Nada nos hiere tanto como hallar una flor sepultada en las páginas de un libro. La lectura calla; y en nuestros ojos, lo triste del amor humedece la flor de una antigua ternura.
Porque la realidad es cosa mía, es decir, lo que usted nunca verá.
¿Qué harás? ¿En qué momento tus ojos pensarán en mis caricias? ¿Y frente a cuales cosas, de repente, dejarás, en silencio, una sonrisa?
El aire es siempre exacto en su tiempo tonal; sabe escultura porque un pintor en tan vastos andamios puede fraguar los delirantes cadmios y acompasar geométricas figuras.
Convencer a la nube del riesgo de la altura y de la aurora, que no es el agua baja la que sube sino la plenitud de cada hora.
Gracias por los cielos de indiferencia y tierras de amargura que tanto y mucho fueron. Gracias por las desesperaciones, soledades.
Apenas te conozco y ya me digo: ¿Nunca sabrá que su persona exalta todo lo que hay en mí de sangre y fuego?
Quiero que nadie sepa que estoy enamorado. De esto entienden y escuchan solamente las flores.
Estos mayos y abriles se alargan hasta octubre. Todo el Valle de México de colores se cubre y hay en su poesía de otoñal primavera un largo sentimiento de esperanza que espera.
Que se cierre esa puerta que no me deja estar a solas con tus besos.
En la destruida alcoba de tu ausencia pisoteados crepúsculos reviven sus harapos, morados de recuerdos.
Sin la ausencia presente de un pañuelo se van los días en pobres manojos. Mi voluntad de ser no tiene cielo.
Mi voz se queda sola entre la noche para decirte, oh madre, sin decirlo, cómo mi corazón disminuirá su toque cuando tu sueño sea menos tuyo y más mío.
Tú eres más mis ojos porque ves lo que en mis ojos llevo de tu vida.
Estar árbol a veces, es quedarse mirando (sin dejar de crecer) el agua humanidad y llenarse de pájaros para poder, cantando, reflejar en las ondas quietud y soledad.
Invitar al paisaje a que venga a mi mano, invitarlo a dudar de sí mismo, darle a beber el sueño del abismo en la mano espiral del cielo humano.
Este mirar urgente y esta voz en sonrisa para un joven que sabe morir por cada sueño.
El poema es la declaración pasional más grande que un hombre puede hacer a un héroe: la admiración mas rendida en medio de una tristeza que hubiera querido ser grandiosa.
Al fin de la mirada se acomoda la paloma de un templo en la colina. A la izquierda la sierra cambia azules temerosos. Y a veces, se ilumina y lava sus colores y se pone desnuda a recordar senderos y relieves.
Ser flor es ser un poco de colores con brisa; la vida de una flor cabe en una sonrisa.
¡Y bien! ¿Qué nadie vive aquí? Entonces, ¿quién riega las macetas, quién lava los corredores, quién barre el patio?
El sembrador sembró la aurora; su brazo abarcaba el mar. En su mirada las montañas podían entrar.
No hablaba de Grecia como una sucesión de fechas y héroes si no se refería a la vida cotidiana de las personas.
Yo solamente soy el vivo espejo de tus sentidos. La fidelidad en la garganta del volcán.
En una de esas tardes sin más pintura que la de mis ojos, te desnudé y el viaje de mis manos y mis labios llenó todo tu cuerpo de rocío.
Hoy que has vuelto, los dos hemos callado, y sólo nuestros viejos pensamientos alumbraron la dulce oscuridad de estar juntos y no decirse nada.
Tú eres más que mis ojos porque ves lo que en mis ojos llevo de tu vida. Y así camino ciego de mí mismo iluminado por mis ojos que arden con el fuego de ti.
Tu cuerpo es el país de las caricias, en donde yo, viajero desolado - todo el itinerario de mis besos - paso el otoño para no morirme, sin conocer el valor de tu ausencia como un diamante oculto en lo más triste.
La hoz afilada tan fina segaba lo mismo la espiga que el último sol de la tarde.
Yo no sé caminar sino hacia ti, por el camino suave de mirarte.
Ésta es la parte del mundo en que el piso se sigue construyendo. Los que allí nacimos tenemos una idea propia de lo que es el alma y de lo que es el cuerpo.