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Es cierto que la cuestión política no penetra profundamente en los detalles de la guerra; no se colocan los centinelas, no se conducen las patrullas según las consideraciones políticas. Pero la influencia del elemento político es tanto mayor, cuando se hace el plan de toda la guerra, de la campaña y a menudo también de una batalla.
Carl von Clausewitz
Ninguna actividad humana guarda una relación más universal y constante con el azar como la guerra. El azar, juntamente con lo accidental y la buena suerte, desempeña un gran papel en la guerra.
La guerra no es sino la continuación de las transacciones políticas, llevando consigo la mezcla de otros medios. Decimos la mezcla de otros medios, para indicar que este comercio político no termina por la intervención de la guerra.
Los conflictos se resuelven, por consenso o por violencia.
La estrategia determina el lugar donde habrá de emplearse la fuerza militar en el combate, el tiempo en que ésta será utilizada y la magnitud que tendrá que adquirir. Esa triple determinación asume una influencia fundamental en el resultado del encuentro.
Guerra, en su significado real, es sinónimo de combate, porque únicamente el combate es el principio válido en la actividad múltiple que llamamos en un sentido amplio guerra.
La guerra es un acto de violencia que intenta obligar al enemigo a someterse a nuestra voluntad.
El ataque envolvente, o desde varios lados, sólo es posible como norma para el bando que mantiene la iniciativa, o sea, la ofensiva, y que el defensor, en el curso de la acción, no está en condiciones, como no lo está en la táctica, de devolver el golpe al enemigo cercándolo a su vez.
La estrategia es el uso del encuentro para alcanzar el objetivo de la guerra. Por lo tanto, debe imprimir un propósito a toda la acción militar, propósito que debe concordar con el objetivo de la guerra. En otras palabras, la estrategia traza el plan de la guerra y, para el propósito aludido, añade la serie de actos que conducirán a ese propósito.
La guerra no es más que un duelo en una escala más amplia.
El conquistador es siempre un amante de la paz; preferiría sin duda someter nuestro país sin tener que combatir.
Las Fuerzas Militares deben ser anuladas, esto es puestas en tal estado que no puedan continuar la lucha. Haremos notar aquí que con la expresión aniquilamiento de los medios de combate enemigos nos referimos a la idea expuesta.
En la guerra, el combate no es una lucha de individuos contra individuos, sino un todo organizado que integran muchas partes.
En la táctica, todo encuentro, grande o pequeño, resulta un encuentro defensivo si dejamos la iniciativa al enemigo y esperamos que se adentre en nuestro frente.
El alcance y los efectos de las distintas armas tienen especial importancia para la táctica.
La guerra es la continuación de la política por otros medios.
Un mismo objetivo político puede originar reacciones diferentes, en diferentes naciones e incluso en una misma nación, en diferentes épocas.
Todo cuanto ocurre en la guerra, lo hace mediante las fuerzas militares; allí donde se emplea una fuerza, es decir, hombres armados, la idea del combate tiene que prevalecer necesariamente por encima de todo.
Generalmente nos inclinamos más a creer lo malo que lo bueno, a exagerarlo sin visible causa.
Sólo los principios generales y modos de ver las cosas que gobiernan la actividad desde el punto de vista más elevado pueden ser el fruto de un claro y profundo juicio, y en ellos descansa, a manera de pivote, la opinión que se forme respecto de un caso particular considerado de manera inmediata.
El desarme o la destrucción del adversario (sea cual fuere la expresión que escojamos) debe consistir siempre el objetivo de la acción militar.
La máquina militar, el ejército y cuanto a el pertenezcan es en el fondo bien sencillo, y parece, por lo tanto, fácil de manejar. Mas reflexionando se ve que ninguna de sus partes está compuesta de una sola pieza; que todas están compuestas de individuos, cada uno de los cuales conserva en todas partes su propia fricción.
Al hablar de destrucción de fuerzas enemigas hemos de observar que nada nos obliga a limitar este concepto simplemente a las fuerzas físicas, sino que por el contrario, deben comprenderse en ellas, necesariamente, las morales.
Para que al oponente se so meta a nuestra voluntad, debemos colocarlo en una tesitura más desventajosa que la que supone el sacrificio que le exigimos. Las desventajas de tal posición no tendrán que ser naturalmente transitorias, o al menos no tendrán que parecerlo, pues de lo contrario el oponente tendería a esperar momentos más favorables y se mostraría remiso a rendirse.
Pero la guerra no constituye un pasatiempo, ni una simple pasión por la osadía y el triunfo, ni el fruto de un entusiasmo sin límites; es un medio serio para alcanzar un fin serio. Todo el encanto del azar que exhibe, todos los estremecimientos de pasión, valor, imaginación y entusiasmo que acumula, son tan sólo propiedades particulares de ese medio.
Toda actividad militar esta relacionada, directa o indirectamente, con el combate. Es el fin por el cual un soldado es reclutado, equipado, armado y entrenado, y propósito por el cual come, duerme, bebe y marcha es, simplemente, que él debe luchar en el lugar y momento correcto.
El combate determina todo cuanto se refiere a las armas y los equipos, y éstos a su vez modifican la esencia del combate. En consecuencia, existe una relación recíproca entre unos y otro.
La táctica constituye la enseñanza del uso de las fuerzas armadas en los encuentros, y la estrategia, la del uso de los encuentros para alcanzar el objetivo de la guerra.
Un salto corto es sin duda más sencillo que uno largo, pero nadie que quisiera cruzar un foso ancho empezaría por saltar hasta su centro.
La expresión fortaleza de carácter, o simplemente carácter, significa una tenaz convicción, ya sea ésta el resultado de nuestro propio juicio o el de otros, ya esté basada en principios, opiniones, inspiraciones momentáneas o cualquier otro producto del entendimiento.
Cuanto más intensos y poderosos sean los motivos y las tensiones que justifiquen la guerra, más estrecha relación guardará ésta con su concepción abstracta.
La guerra no es simplemente un acto político, sino un verdadero instrumento político, una continuación de las relaciones políticas, una gestión de las mismas con otros medios.
En la filosofía de la guerra no se puede introducir en absoluto un principio modificador sin acabar cayendo en el absurdo.
Un rápido y vigoroso cambio hacia la ofensiva - el relámpago de la espada vengadora - es lo que constituye los más brillantes episodios de la defensa.
La defensiva no es más que una forma ventajosa de guerra, por medio de la cual se desea procurar la victoria para poder, con ayuda de la preponderancia adquirida, pasar al ataque, es decir a un objeto positivo.
Pero para que el que se defiende haga también la guerra, debe asestar golpes, es decir dedicarse a la ofensiva. Así la guerra defensiva comprende actos ofensivos que forman parte de una defensiva de un orden más o menos elevado.
Cuanto más importante y de mayor entidad sean los motivos de la guerra, cuanto más afectan a los intereses vitales de los pueblos, con mayor empeño se tratará de derribar al adversario, entonces tienden a confundirse objetivo guerrero y fin político y la guerra aparece menos política y más puramente guerrera.
La guerra implica un esfuerzo físico y un sufrimiento. Para no verse desbordados por ellos se necesita cierta fortaleza de cuerpo y de espíritu que, de manera natural o adquirida, produzca indiferencia ante uno y otro.
¿Cuál es la idea fundamental de la defensa? Es la de parar un golpe. ¿Por qué señal se distingue? Se distingue porque en ella se espera el golpe que se debe parar.
La guerra entablada por una comunidad, la guerra entre naciones enteras, y particularmente entre naciones civilizadas, surge siempre de una circunstancia política, y no tiene su manifestación más que por un motivo político.