Imágenes
Boris Vian (10 de marzo de 1920 - 23 de junio de 1959) el hombre que vivio muchas vidas en 39 años.
Boris Vian
Era cojonudo escuchar el ruido de los neumáticos de un gran automóvil sobre el pavimento. Hacían un ruido hueco y rotundo.
Toda la fuerza de las páginas de demostración que siguen procede del hecho de que la historia es enteramente verdadera, ya que me la he inventado yo de cabo a rabo.
No se queda uno porque quiera a alguien: dejamos de irnos si no detestamos a nadie, y nos vamos cuando odiamos. Sólo lo desagradable nos mueve a obrar. Somos cobardes.
Sexualmente, es decir, con mi alma.
La costumbre debilita las impresiones.
Pareciera, en efecto, que las masas se equivocan y los individuos siempre tienen razón.
Por la abertura de la doble puerta veía chicos y chicas. Una docena de ellos estaban bailando. La mayoría, de pie los unos al lado de los otros, estaban juntos, por parejas del mismo sexo, con las manos en la espalda, e intercambiaban impresiones poco convincentes con expresión poco convencida.
El oficio de asesino no resulta, en verdad, nada descansado.
Niego que una cosa tan inútil como el sufrimiento pueda dar derechos a lo que sea, al que sea, sobre lo que sea.
¿Dónde estaban los recuerdos puros? En casi todos se funden impresiones de otras épocas que se les superponen y les confieren una realidad distinta. Los recuerdos no existen: es otra vida revivida con otra personalidad, y que en parte es consecuencia de esos mismos recuerdos. No se puede invertir el sentido del tiempo, a menos que se viva con los ojos cerrados y los oídos sordos.
Soy responsable de ellos. Dependen de mí. Son mis hijos. Debo hacer todo cuanto esté en mi mano para evitar las incontables calamidades que los acechan.
De repente, ante los viajeros, apareció una colina. El automóvil la abordó como una tromba. Llovía a cántaros. Los relámpagos enviscaban el cielo con pegajosos resplandores. La colina, creciendo paulatinamente, se convirtió en montaña.
¿Hay alguien más solo que un héroe?
Los ratones no parecían especialmente molestos por este cambio, a excepción del ratón gris de los bigotes negros, cuyo aspecto de profundo malestar llamaba la atención en seguida.
¿A qué se debió la caída de Adán y Eva? Nadie supo responder, pues en el campo no es pecado hacer el amor.
El humor es la cara civilizada de la desesperación.
Me da lo mismo ser guapa que ser fea. Lo único que quiero es gustar a la gente que me interesa.
Él, tan apacible y tranquilo de ordinario, había visto evaporarse en el aire tanto sus buenos principios como su mansedumbre.
Sólo se es libre cuando no se desea nada, y un ser perfectamente libre no debería desear nada. Y como yo no deseo nada, llego a la conclusión de que soy libre.
El terreno de lo posible es muy amplio cuando no hay temor a que la luz se encienda.
Chloé se había puesto las medias, finas como humo de incienso, del mismo color que su clara piel, y los zapatos de tacón alto de piel blanca. El resto de su cuerpo estaba completamente desnudo, a excepción de una pesada pulsera de oro azul, que hacía parecer aún más frágil su delicada muñeca. ¿Crees que debo vestirme?
El cielo se embaldosaba de nubes amarillentas y de mal aspecto. Hacía frío. A lo lejos, el mar empezaba a cantar en un tono desagradable.
Una solución que te hunde vale más que cualquier incertidumbre.
¿Tienes miedo de que me sienta decepcionado cuando lo haya olvidado todo? Es preferible sentirse decepcionado que seguir esperando en el vacío.
A medida que pasaban los subvertigueros les rompían en la cabeza globitos de cristal muy delgado llenos de agua lustral y les hincaban en los cabellos bastoncillos de incienso encendidos que ardían con llama amarilla en los hombres y violeta en las mujeres.
Las tiendas de flores no tienen nunca cierres metálicos. A nadie se le ocurre robar flores.
Tenía la piel color de ámbar y sabrosa como la pasta de almendras.
Su piel, puesta a punto de caramelo por efecto de los rayos de sol, suscitaba deseos de morder.
Luchar no significa avanzar.
Lo que me interesa, no es la felicidad de todos los hombres, es la de cada uno.
A lo largo de las aceras brotaban flores verdes y azules, y la savia serpenteaba alrededor de sus frágiles tallos, haciendo un ligero mido húmedo como el beso de un caracol.