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Tiene la ciencia sus hipócritas, no menos que la virtud, y no menos es engañado el vulgo por aquéllos que por éstos. Son muchos los indoctos que pasan plaza de sabios.
Benito Jerónimo Feijoó
Es poderosísima la fuerza de la costumbre para hacer no sólo tratables, pero dulces, las mayores asperezas.
Aun aquellas proezas que inmortalizó la fama como últimos esfuerzos del celo por el bien público acaso fueron más hijas de la ambición de gloria que del amor de la patria.
Para quien ama la lisonja, es enemigo quien no es adulador.
El valor de las opiniones se ha de computar por el peso, no por el número de las almas. Los ignorantes, por ser muchos, no dejan de ser ignorantes. ¿Qué acierto, pues, se puede esperar de sus resoluciones?.
Hay hombre tan maldito que dice que la mujer no es buena sólo porque una no quiso ser mala.
No hay más infiel balanza para pesar el mérito que la de la pasión, y ésta es la que comúnmente usan los hombres.
Busco en los hombres aquel amor de la patria que hallo tan celebrado en los libros; quiero decir aquel amor justo, debido, noble, virtuoso, y no le encuentro. En unos no veo algún afecto a la patria; en otros sólo veo un afecto delincuente, que con voz vulgarizada se llama pasión nacional.
Si por espíritus altos se entiende un género de nobleza del ánimo, que le inclina a ser dulce, benigno, complaciente, humano, liberal, obsequioso, convengo en que los genios amorosos están dotados de esta buena disposición.
El miedo que tengo de que algún día caigas en esta corrupción me mueve a darte ahora un excelente preservativo contra las tentaciones de las dádivas.
En caso que por razón del nacimiento contraigamos alguna obligación a la patria particular o suelo que nos sirvió de cuna, esta deuda es inferior a otras cualesquiera obligaciones cristianas o políticas.
Sólo los que saben poco quieren mostrar en todas partes lo que saben.
La adulación es una puerta muy ancha para el favor; pero ningún ánimo noble puede entrar por ella, porque es muy baja.
La cortesía da más lustre al que la prodiga que al que la recibe.
Más, ¿qué hemos de decir del amor que no esté ya dicho infinitas veces?
A la filosofía pertenece examinar las causas de las cosas.
Sólo de un modo se puede acertar; errar, de infinitos.
Cuando la tradición es de algún hecho singular, que no se repite en los tiempos subsiguientes, y de que, por tanto, no pueden alegarse testigos, suple por ellos para la confirmación cualquiera vestigio imaginario, o la arbitraria designación del sitio donde sucedió el hecho.
La conciencia que tiene precio no es más que una mercancía.
Para computar la felicidad de cada uno no se han de considerar los bienes que posee, sino el gozo que de su posesión recibe.
Creo que generalmente se puede decir, que no hay conocimiento alguno en el hombre, el cual no sea mediata o inmediatamente deducido de la experiencia.
El político recto nada se arriesga en el camino y tiene poco que temer en el término.
La sospecha debería inducir al examen, nunca a la decisión.
Si los hombres se conviniesen en hacer el aprecio justo de los oficios o ministerios humanos, apenas habría lugar a distinguir en ellos, como atributos separables, la honra y el provecho.