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Nada contribuye a la alegría menos que la riqueza y nada contribuye más a ella que la salud.
Arthur Schopenhauer
No discutamos la opinión de nadie. Pensemos que, si quisiéramos quitarle de la cabeza a alguien todos los absurdos en que cree, podríamos alcanzar la edad de Matusalén sin haber acabado.
El suicidio, lejos de negar la voluntad, la afirma enérgicamente. Pues la negación no consiste en aborrecer el dolor, sino los goces de la vida. El suicida ama la vida; lo único que pasa es que no acepta las condiciones en que se le ofrece.
Los amigos se suelen considerar sinceros; los enemigos realmente lo son: por esta razón es un excelente consejo aprovechar todas sus censuras para conocernos un poco mejor a nosotros mismos, es algo similar a cuando se utiliza una amarga medicina.
La vida es una perturbación inútil de la calma del no ser.
El destino es el que baraja las cartas, pero nosotros los que las jugamos.
En la mayoría de las personas, al natural ergotismo se suma la verborrea y deshonestidad.
Diez mil locos puestos en un montón no hacen una persona razonable.
Todo nuestro mal viene 'del hecho' de que no podemos estar solos.
La razón es de naturaleza femenina: sólo puede dar a luz después de haber sido preñada.
Exigir la inmortalidad del individuo es querer perpetuar un error hasta el infinito.
El intelecto es invisible para el que no lo tiene.
Consideramos pues, a la religión de los judíos como la más inferior entre las doctrinas religiosas de los pueblos civilizados, lo cual concuerda perfectamente con el hecho de que también es la única que, en absoluto, no tiene ninguna huella de inmortalidad.
Al tratar a la mayoría de la gente, no estará de más mezclar un poco de desdén: eso les hará apreciar más vuestra amistad.
Nadie puede salir de su individualidad.
De los males de la vida nos consolamos con la muerte, y de la muerte, con los males de la vida.
Muchas veces las cosas no se le dan al que las merece más, sino al que sabe pedirlas con insistencia.
Nuestras virtudes morales favorecen principalmente a otros, las intelectuales, por el contrario, ante todo a nosotros. Por eso aquéllas nos hacen queridos de todos, y éstas, odiados.
El hombre puede, acaso, hacer lo que quiere; pero "lo que" no puede "es" querer lo que quiere.
El hombre conoce solamente lo aparencial, lo esencial de las cosas, lo no numérico, es incognoscible.
En la música todos los sentimientos vuelven a su estado puro y el mundo no es sino música hecha realidad.
El hombre ordinario sólo se cuida de pasar el tiempo; el hombre de talento, de emplearlo.
Podemos comparar la sociedad con una hoguera cerca de la cual se calienta la persona prudente, pero a la debida distancia y sin meter las manos en ella, como hace el necio. Éste, tras haberse quemado, huye al frío de la soledad y se lamenta de que el fuego queme.
No teniendo ideas que cambiar, se cambian cartas y se procura sacarse mutuamente los cuartos.
La riqueza semeja al agua de mar: cuanto más se bebe de ella, tanto más sediento se vuelve uno.
La muerte de Sócrates y la crucifixión de Cristo forman parte de los grandes rasgos de carácter de la humanidad.
El estilo adecuado de la historia, es decir, su estilo verdaderamente filosófico, es el irónico.
La superioridad de la inteligencia conduce a la insociabilidad.
Pocas veces pensamos en lo que tenemos; pero siempre en lo que nos falta.
La rebeldía es la virtud original del hombre.
Los escritores pueden dividirse en tres clases: estrellas errantes, planetas y estrellas fijas.
Envidiar es tonto porque nadie es realmente digno de envidia.
La vida y los sueños son páginas de un mismo libro; leerlo en orden es vivir; ojearlo es soñar.
La envidia es natural al hombre y sin embargo, es un vicio y una desgracia a la vez. Debemos considerarla como un enemigo de nuestra felicidad y procurar sofocarla como a un mal demonio.
Todo lo que ocurre, desde lo más grande a lo más pequeño, ocurre necesariamente.
El cambio es la única cosa inmutable.
La ataraxia es el estado perfecto del sabio, al que le da lo mismo morir que vivir, porque ha comprendido que él no es tan importante como se creía, que sólo es una piececita del todo que va mucho más allá de lo que le envuelve.
La Crítica de la razón pura podría ser denominada el suicidio del entendimiento. (su suicidio en la filosofía)
La verdad no es una ramera que se arroje al cuello de quien no la desea; al contrario, es una beldad tan desdeñosa, que aunque le sacrifiquemos todo nunca podremos estar seguros de sus favores.
El vulgo es tan ignorante que prefiere antes lo nuevo que lo bueno.