Imágenes
Escribir un poema se parece a un orgasmo: mancha la tinta tanto como el semen, empreña también más en ocasiones.
Ángel González
porque toda patria, para los que la amamos, -de acuerdo con mi personal experiencia de la patria- tiene también bastante de presidio.
Aquí no pasa nada, salvo el tiempo: irrepetible música que resuena, ya extinguida, en un corazón hueco, abandonado, que alguien toma un momento, escucha y tira.
Entré en tu cuerpo lleno de esperanza para admirar tanto prodigio desde el claro mirador de tus pupilas.
Desearía mirarme con las pupilas duras de aquel que más me odia, para que así el desprecio destruya los despojos de todo lo que nunca enterrará el olvido.
Si yo fuera Dios y tuviese el secreto, haría un ser exacto a ti.
Pero si tú me olvidas quedaré muerto sin que nadie lo sepa. Verán viva mi carne, pero será otro hombre, oscuro, torpe, malo, el que la habita...
Largo es el arte; la vida en cambio corta como un cuchillo.
El aire tienes que separarlo casi con las manos de tan denso, de tan impenetrable. Andas. No dejan huellas tus pies.
¿A qué llorar por el caído fruto, por el fracaso de ese deseo hondo?
Mi corazón: tu nido. Muerde en él, esperanza.
A mano amada, cuando la noche impone su costumbre de insomnio y convierte cada minuto en el aniversario de todos los sucesos de una vida.
Una sombra más leve y más sencilla, que nace de tus piernas, se adelanta para anunciar el último, el más puro milagro de la luz: tú contra el alba.
Cuando tengas dinero regálame un anillo, cuando no tengas nada dame una esquina de tu boca, cuando no sepas qué hacer vente conmigo, pero luego no digas que no sabes lo que haces.
Yo sé que existo porque tú me imaginas.
Te llaman porvenir porque no vienes nunca.
Donde pongo la vida pongo el fuego de mi pasión volcada y sin salida.
No fue un sueño, lo vi: La nieve ardía.
Pongo en juego mi vida, y pierdo, y luego vuelvo a empezar, sin vida, otra partida.
Mi amiga, mi dulce amiga, aquella que me amaba, me dice que ha dejado de quererme. No recuerdo un invierno tan frío como éste.
No es bueno repetir lo que está dicho. Después de haber hablado, de haber vertido lágrimas, silencio y sonreíd: Nada es lo mismo.
Ahora sólo lo inesperado o lo imposible podría hacerme llorar: una resurrección, ninguna muerte.
Cierro los ojos para ver más hondo y siento que me apuñalan fría, justamente, con ese hierro viejo: la memoria.
Pero no será igual. Será otro día. Será otro perro de la misma raza.
Allí, en la esquina más negra del desamparo, donde el nunca y el ayer trazan su cruz de sombras, los recuerdos me asaltan.
Creo en ti. Eres. Me basta.
Yo estoy contento y, cariñosamente, caballo gris me gustaría que fueras para darte palmadas en las ancas.
Y sonrío y me callo porque, en último extremo, uno tiene conciencia de la inutilidad de todas las palabras.
Ninguna era tan bella como tú durante aquel fugaz momento en que te amaba: mi vida entera.