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¿Para qué escribí, entonces, que ardor y madurez se contradicen, y que la madurez crece cuando el ardor aprende?
Andrés Rivera
Uno sabe cuál es el principio y el final; el resto no lo sabe. El resto pertenece al campo de la escritura, que modifica muchas primeras intenciones, muchas reflexiones, buena parte de su imaginación.
Estoy convencido de que los representantes de la burguesía argentina que constituyeron este país como nación eran, en general, hombres cultos. Los burgueses que hoy conocemos, son personas groseras e incultas. No se salva nadie. Ahí hay una diferencia.
Yo estoy convencido de que ningún libro, por bueno que sea, puede cambiar el mundo. Pero tengo que escribir.
Somos oradores sin fieles, ideólogos sin discípulos, predicador en el desierto. No hay nada detrás de nosotros; nada debajo de nosotros, que nos sostenga.
¿Qué nos faltó para que la utopía venciera a la realidad? ¿Qué derrotó a la utopía?
El hombre que manejaba la camioneta pensó que las partidas no se anuncian. Y apretó el acelerador.
No hay lector que le dicte a un narrador honesto lo que debe escribir. Hay, si, un lector que está allí enfrente del escritorio y que es más inteligente que yo y puede juzgar. Es un lector ideal, claro. Con él me mido. Pero, de alguna manera, está hecho a mi semejanza.
¿Escribo de causas y no describo los efectos? Escribo la historia de una carencia, no la carencia de una historia.