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¡Que muerda y vocifere vengadora, ya rodando en el polvo, tu cabeza!
Almafuerte
Yo tengo, para ti, todo lo noble que cielo, tierra y corazón abarcan; el calor de los soles... ¡De los soles que, como yo, te aman!
Si no son los peldaños es el ala que te despierta y que te grita: ¡Sube! ¡Sube sin timidez, no te abandones; si te asusta volar, hay escalones!
Padres sin alma, son aquellos que niegan a sus hijos consejo, amor, ejemplo y esperanza.
Tú tienes, para mí, todo lo bello que cielo, tierra y corazón abarcan.
Todo lo alcanzarás, solemne loco, siempre que lo permita tu estatura.
Niños: en cada flor hay muchas vidas y las manos que matan no son manos.
Aquí vengo, aquí me ves, aquí me postro, aquí estoy, como tu esclavo que soy, abandonado a tus pies.
Ser bueno, en mi sentir, es lo más llano y concilia deber, altruismo y gusto: con el que pasa lejos, casi adusto, con el que viene a mi, tierno y humano.
Llénate de ambición, ten el empeño, ten la más loca, la más alta mira. No temas ser espíritu, ser sueño, ser ilusión, ser ángel, ser mentira... la verdad es un molde, es un diseño, que rellena mejor quien más delira.
Quiero ser las dos niñas de tus ojos, las metálicas cuerdas de tu voz, el rubor de tu sien cuando meditas y el origen tenaz de tu rubor.
No digas tu verdad ni al más amado, no demuestres temor ni al más temido, no creas que jamás te hayan querido por más besos de amor que te hayan dado.
Quiero ser esas manos invisibles que manejan por si la creación, y formar con tus sueños y los míos otro mundo mejor para los dos.
Triste como el destello de la luna, solo, como la luna solitaria, es el recuerdo de ese amor maldito, como mi alma.
Yo repudié al feliz, al potentado, al honesto, al armónico y al fuerte... ¡Porque pensé que les tocó la suerte, como a cualquier tahur afortunado!
Las más orgullosas naves temen del mar los furores, los tigres devoradores huyen del simún airado ¡y tú en mi pecho has dejado tan sin recelo tus flores!
¡Todos los incurables tienen cura cinco segundos antes de su muerte!
La sinfonía sacra de los seres, los vientos, los bosques y las aguas, en el lenguaje mudo de tus ojos que, mirándome, hablan.
Procede como Dios que nunca llora; o como Lucifer, que nunca reza; o como el robledal, cuya grandeza necesita del agua y no la implora... ¡Que muerda y vocifere vengadora, ya rodando en el polvo, tu cabeza!
¡Nunca sigas impulsos compasivos! ¡Ten los garfios del Odio siempre activos, los ojos del juez siempre despiertos! ¡Y al echarte en la caja de los muertos, menosprecia los llantos de los vivos!
No te des por vencido, ni aún vencido; No te sientas esclavo, ni aún esclavo. Trémulo de pavor siéntete bravo. Y arremete feroz, ya malherido.
Si te postran diez veces, te levantas otras diez, otras cien, otras quinientas; no han de ser tus caídas tan violentas ni tampoco, por ley, han de ser tantas.
¡Tu tienes, para mí todo lo bello; yo tengo para ti, todo lo que ama; tú, para mí, la luz que resplandece, yo, para ti, sus llamas!
¡Salud, primavera, princesa encantadora! Saludo engrandecido las gasas de tu velo.
Nada de lo que hacemos o decimos se pierde en el vacío: el aire está lleno del pensamiento de todos.
Eres tú, soberana de mis noches, mi constante, perpetuo cavilar: ambiciono tu amor como la gloria... ¡Y todavía más!