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Cuando eres pequeño te transformas en una persona distinta todos los años.
Alice Munro
La ambición era lo que las alarmaba, porque ser ambicioso era cortejar el fracaso y exponerte al ridículo. Lo peor que podía pasarte en esta vida, según entendí, era ser el hazmerreír.
Lo que se percibía en aquella habitación era la dificultad para el contacto humano. Yo me sentía hipnotizada por ello. La dificultad fascinante, la necesidad humillante.
¿debería haberse quedado en el lugar donde deciden el amor por uno, y no haber ido a donde uno tiene que inventarlo, y reinventarlo, sin saber nunca si estos esfuerzos bastarán?
Orgullo era lo que tenían cuando ya no les quedaba sentido común.
La vida puede ser plena sin grandes éxitos.
En la biblioteca me sentía feliz.
Cualquier cambio de cualquier tipo era algo malo. La eficiencia era simplemente pereza para ellos. Esa es la forma de pensar de los campesinos.
Una edad en la que es difícil a veces admitir que lo que uno está viviendo es su vida.
Como si la gran felicidad de una persona -aunque fuera pasajera y endeble- pudiera derivar de la gran infelicidad de otra.
La gente siempre decía que el pueblo estaba muerto, pero en realidad cuando había un funeral era cuando más se animaba.
El sexo me parecía rendición, no de la mujer al hombre, sino de la persona al cuerpo, un acto de fe pura, la libertad en la humildad.
Una colección de relatos, no una novela. Eso ya supone una decepción. Parece mermar la autoridad del libro, da la impresión de que la autora se queda a las puertas de la literatura en lugar de encontrarse acomodada dentro.
A la gente se le ocurren ideas que preferirían no tener. Es algo que pasa en la vida.
Ha visto la mirada en el rostro de ciertas personas..., abandonadas en islas elegidas por ellos mismos, penetrante, satisfecha.
Estaba aprendiendo, con bastante retraso, lo que muchas personas de su entorno parecían saber desde la infancia: que la vida puede ser plena sin grandes éxitos.
Solemos decir que hay cosas que no se pueden perdonar, o que nunca podremos perdonarnos. Y sin embargo lo hacemos, lo hacemos a todas horas.
La pobreza para la familia de Richard era como el mal aliento o las úlceras, una enfermedad que quien la padece debe cargar con parte de culpa. Pero no era de buena educación mencionarla.
Quería saber. No había protección como no fuera en el saber.
Todo lo que las mujeres han tenido hasta ahora ha sido su relación con los hombres. Eso es todo. No hemos tenido más vida propia, en realidad, que un animal doméstico.
Siempre que la gente te dice que tendrás que afrontar algo algún día y te empuja con toda naturalidad hacia el dolor, la obscenidad o la revelación indeseada que te acecha, en sus voces hay una nota de traición, un frío y mal disimulado júbilo, algo ávido de tu dolor. Sí, en los padres también; en los padres sobre todo.
Detestaba la palabra "evasión" aplicada a la ficción. Podría haber argumentado, y no solo por llevar la contraria, que la evasión era la vida real.
Escribir esta carta es como meter una nota en una botella. Y esperar que llegue a Japón.
Recuerda que cuando un hombre sale de una habitación, se lo deja todo en ella -le ha dicho su amiga Marie Mendelson-. Cuando sale una mujer, se lleva todo lo que ha ocurrido allí.
El sueño se parecía mucho, de hecho, al clima de Vancouver: una especie de añoranza sombría, una tristeza lluviosa y etérea, un peso que orbitaba alrededor del corazón.
Richard era abogado. Los hombres de su familia eran o abogados o corredores de bolsa. Nunca se referían a lo que hacían en el trabajo como si fuese un negocio. Jamás se referían a lo que hacían en el trabajo. Hablar de ello era algo vulgar; hablar de cómo te iba era imperdonablemente vulgar.
Sin Dios, ¿cómo vamos a aguantar esta vida?
La cuestión es ser feliz. A toda costa. Inténtalo. Se puede. Y luego cada vez resulta más fácil. No tiene nada que ver con las circunstancias. No te imaginas hasta qué punto funciona. Se aceptan las cosas y la tragedia desaparece. O pesa menos, en cualquier caso, y de pronto descubres que estás en paz con el mundo.
El egocentrismo masculino hacía que me sintiera relajada en su compañía.