Imágenes
Una fase brutal te corta el paso y aún rezas y no sabes si el que empuja te arrolla sierpe o ángel se despliega.
Alfonsina Storni
Las primaveras al marcharse dejan las lloviznas de otoño preparadas... Pequeña, ve despacio, mucho juicio, no te quemen tus llamas.
¿Cómo decir este deseo del alma? Un deseo divino me devora; pretendo hablar, pero se rompe y llora esto que llevo adentro y no se calma.
¿De qué desierto antiguo eres memoria que tienes sed y en agua te consumes y alzas el cuerpo muerto hacia el espacio como si tu agua fuera la del cielo?
Hombre pequeñito que jaula me das. Digo pequeñito porque no me entiendes, ni me entenderás. Tampoco te entiendo, pero mientras tanto ábreme la jaula que quiero escapar. Hombre pequeñito, te amé media hora, no me pidas más.
Sobre los tanques frescos de los sapos los grillos mueven verdes batallones.
Y yo no tendré miedo de morenas ni rubias, pues cerraré los ojos y te diré: soy tuya.
Ten paciencia, mujer que eres oscura: algún día, la forma destructora que todo lo devora, borrará mi figura. Se bajará a mis libros, ya amarillos, y alzándola en sus dedos, los carrillos ligeramente inflados, con un modo de gran señor a quien lo aburre todo, de un cansado soplido me aventará al olvido.
Baja: mi corazón te está pidiendo. Podrido está; lo entrego a tus cuidados. Pasa tus dedos blancos suavemente sobre él.
¿Y vendrás tú? Se cubren alegras, mis floreros de madreselvas. Anda por los largos canteros la risa azul del no me olvides y se cargan las vides.
Pedí a las estrellas lenguaje más claro, palabras más bellas. Las dulces estrellas me dieron tu vida y encontré en tus ojos la verdad pedida.
Gimen porque nace el sol. Gimen porque muere el sol... Todo está allí, apretado en la cuenca, donde, pájaro quieto, aguarda.
Sólo el hombre, pequeño, cuyo humano latido en la tierra es un sueño, ¡Sólo el hombre hace ruido!
Un día, suavemente, con sus corteses modos, hizo el hombre la jaula para encerrarte allí, y ahora te contempla, apoyado de codos, sobre el hierro prudente que lo aparta de ti.
Sé la frase que encanta y que comprende, y sé callar cuando la luna asciende Enorme y roja sobre los barrancos.
Tengo deseos de que mi todo, a un tiempo sea cristal y lodo, paloma y cuervo, llama y alud.
Tienes un deseo: morir. Y una esperanza: no morir.
Selvas tengo en el corazón; árboles gruesos prietos de ramas; yuyos, retamas, flores de malvón, pájaros en las ramas, todo eso tengo en mi corazón.
Mas... ¿Lo que fue? ¡Jamás se recupera! ¡Y toda primavera que se esboza es un cadáver más que adquiere vida y es un capullo más que se deshoja!
Una mano invisible acaricia calladamente la pulpa triste de los mundos rodantes. Alguien, a quien no comprendo, me macera el corazón de dulzura.
¡Pobrecitas y mansas ovejas del rebaño! No temáis a la loba, ella no os hará daño. Pero tampoco riáis, que sus dientes son finos ¡Y en el bosque aprendieron sus manejos felinos!
Oh, muerte, yo te amo, pero te adoro, vida... Cuando vaya en mi caja para siempre dormida, haz que por vez postrera penetren mis pupilas el sol de primavera.
Alma: ¿Dónde está el oro aquel que viste? Todo ha cambiado cuando estuvo enfrente; mis ojos tocan realidad tan triste que digo: es el presente.
Que un no ser, que es un más ser, doblado, prendido estás aquí y estás ausente por praderas de magias y de olvido.
Bravo león, mi corazón tiene apetitos, no razón.
Como a un muñeco destripé tu vientre y examiné sus ruedas engañosas y muy envuelta en sus poleas de oro hallé una trampa que decía: sexo.
Tus manos, heridas de intrincados caminos, son la historia de una raza de amadores.
No tienes tú la culpa si en tus manos mi amor se deshojó como una rosa: Vendrá la primavera y habrá flores... el tronco seco dará nuevas hojas.
Yo no estoy y estoy siempre en mis versos, viajero, pero puedes hallarme si por el libro avanzas dejando en los umbrales tus fieles y balanzas: requieren mis jardines piedad de jardinero.
Tiempo y tranquilidad me han faltado, hasta hoy, para desprenderme de mis angustias y ver así lo que está a mí alrededor. Pero, si continúo escribiendo, he de procurarme el tiempo y la tranquilidad que para ello me harán falta.
Se hacen tus ojos demasiado azules, cubren tus manos impalpables tules y algo divino te levanta en vuelo.
Si en una de tus casas, Buenos Aires, me muero viendo en días de otoño tu ciclo prisionero, no me será sorpresa la lápida pesada. Que entre tus calles rectas, untadas de su río apagado, brumoso, desolante y sombrío, cuando vagué por ellas, ya estaba yo enterrada.
¿Recuerdas tú? La casa era un arrullo, un perfume infinito, un nido blando: nunca se dijo la palabra cuando. Se decía, muy quedo: mío y tuyo.
Una mística flor, técnica y fría, que el pomo de colores, semillero de seres planos que el dibujo alienta, si bien terrestre, de un trasmundo viene.
Bebe de las rocas; duerme sobre escarcha; renueva tejidos con salitre y agua; habla con los pájaros y llévate al alba. Y cuando las carnes te sean tornadas, y cuando hayas puesto en ellas el alma que por las alcobas se quedó enredada, entonces, buen hombre, preténdeme blanca, preténdeme nívea, preténdeme casta.
¿Qué mundos tengo dentro del alma que hace tiempo vengo pidiendo medios para volar?
Seré en tus manos una copa fina pronta a sonar cuando vibrarla quieras... Destilarán en ella primaveras, reflejará la luz que te ilumina. Seré en tus manos una copa fina.
Ah, me resisto, mas me tienes toda, tú, que nunca serás del todo mío.
Mariposa ebria, la tarde, giraba sobre nuestras cabezas estrechando sus círculos de nubes blancas hacia el vértice áspero de tu boca que se abría frente al mar alineando sus blancos lobeznos.
Adherida a tu velocidad, como la hoja a la rueda, lancé tímidas fechas a tus paisajes soberbios. Y sólo pequeños rincones de formas recogió mi corazón adormecido.