Imágenes
La barca fiel del pescador que guardas tú, mar, por antojo, roza el oleaje con valor, mas desenfrenas tu enojo y se hunde en banda la mejor.
Aleksandr Pushkin
Pasa el amor, aparece la musa y se despeja mi sombría inteligencia; otra vez libre, busco la unión entre los mágicos sonidos, los sentidos y los pensamientos.
Más vale quedarse aquí y esperar, a lo mejor se calma la tormenta y se despeja el cielo, y entonces podremos encontrar el camino por las estrellas.
Es triste pensar que la juventud nos fue dada inútilmente, que a todas horas la hemos traicionado, que ella nos engañó, que nuestros mejores deseos y nuestros sueños sagrados pasaron en rápido giro, cual hojas en el otoño desolado.
Amargo sabe el pan ajeno, dice Dante, y pesados los escalones de una casa extraña, ¿Y quién mejor que la pobre pupila de una vieja aristócrata para conocer la amargura de la dependencia?
Aprovechaba el momento de emoción y descuido del alma cándida, conquistaba con inteligencia y pasión, sabía esperar una caricia involuntaria, suplicar o exigir una confesión, captar el primer latido del corazón, perseguir el amor, lograr de repente una entrevista secreta y después dar a solas lecciones en silencio.
Perder, como de costumbre. He de admitir que no tengo suerte: juego sin subir las apuestas, nunca me acaloro, no hay modo de sacarme de quicio, ¡Y de todos modos sigo perdiendo!
Con ansia deseamos conocer prematuramente la vida, y la aprendemos en las novelas. Hemos conocido todo; pero entretanto, no hemos gozado de nada. Adelantando la voz de la Naturaleza no hacemos más que perjudicar nuestra dicha, y la ardiente juventud vuela demasiado tarde tras ella.
Esperaba con impaciencia la respuesta a mi carta, sin atreverme a abrigar una esperanza y tratando de acallar los oscuros presentimientos.
Recuerdo un milagroso instante: cual una efímera visión, apareciste tú, radiante y hermosa como la ilusión.
Empezó a caer una nieve menuda, y de repente cayeron grandes copos. Aullaba el viento; había empezado la tormenta. En un instante, el cielo se juntó con el mar de nieve. Todo desapareció.
Sólo quería informarle que la confianza con que me honran los compañeros no me permite jugar con nada que no sea dinero en efectivo. Por mi parte, claro está, estoy seguro de que con su palabra basta, pero, para el buen orden del juego y de las cuentas, le ruego que coloque la suma sobre la carta.
El ímpetu del corazón, engaño encantador, nos hace sufrir muy pronto.
Confía, amigo: brillará la estrella del divino día, que Rusia se despertará, y, al derribar la monarquía, ¡Los nombres nuestros grabará!
En aquella época, su esposo no era más que su novio, y ella suspiraba involuntariamente por otro que, por su inteligencia y su corazón, le gustaba mucho más.
¡Dios es grande! Él da sabiduría a los jóvenes y fuerza a los débiles.
¡Adiós, pues, mar! No he de olvidarme de tu espléndida belleza, y oiré al caer la tarde tu voz, fragor que embelesa.
Sentía que se había producido en mi un gran cambio: mi emoción era mucho menos triste que el abatimiento en que estaba sumido hacía mucho tiempo. La tristeza de la separación se mezclaba con vagas pero dulces esperanzas, con la espera impaciente del peligro y con el sentimiento de una noble ambición. La noche se me hizo corta.
Sí, sí, el ataque de celos es una enfermedad como la peste, como el tenebroso esplín, como las fiebres, como la lesión cerebral. Consume como la fiebre; posee su ardor, su delirio, sus pesadillas y sus vestigios. ¡Dios os libre, amigos míos!
Se puede ser un hombre activo y pensar en el cuidado de las uñas al mismo tiempo. ¡Para qué discutir con nuestro siglo inútilmente! La costumbre es déspota entre los hombres.
¡Ay, durante mucho tiempo yo no pude olvidar dos piernecitas! Triste y desencantado, todavía me acuerdo de ellas y en sueños me perturban el corazón. ¿Cuándo y dónde, en qué desierto las olvidarás, insensato? ¡Ay, piernecitas, piernecitas! ¿Dónde estáis ahora?
La noche posee muchas estrellas encantadoras, y hay muchas bellezas en Moscú; pero más bella que todos sus amigos celestes es la luna en el azul vaporoso.
En el campo hace falta agitarse para saber la hora; el estómago es nuestro mejor reloj.
Mi amor se enardecía con el aislamiento y se volvía cada vez más doloroso.
Dos ideas fijas no pueden existir al mismo tiempo en el ámbito de lo moral, de igual modo que en el mundo físico dos cuerpos no pueden ocupar idéntico lugar.
Es insoportable ver sólo ante sí la larga hilera de comidas, mirar la vida como una ceremonia y seguir a la solemne multitud, sin compartir con ella ni las opiniones generales ni las pasiones.
Yo era demasiado feliz para guardar en el corazón un sentimiento de enemistad.
Pero a vosotras, coquetas de profesión, yo os quiero aunque esto sea un pecado. Las sonrisas, las caricias, las prodigáis a todos, en todos fijáis amables miradas, y a quien no crea las palabras le aseguráis un beso; quien os quiere es libre y triunfa. Antes también yo me ponía contento con una mirada de vuestros ojos; ahora os respeto.