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El éxito o el fracaso de un invento no depende de a quien beneficia, sino de a quien perjudica.
Alberto Vázquez-Figueroa
Cobarde es el hombre que humilla al débil y se humilla ante el poderoso. Pero si a ese hombre le eligieron los debiles, no solo es un cobarde, es un traidor.
-Fascista no es únicamente el que alza el brazo en público. Al fin y al cabo ése es el menos peligroso, puesto que al menos tiene el valor de declararlo. Fascista es aquel que, además, se disfraza de demócrata, al igual que el peor pederasta es el que canta misa y viste sotana.
Cualquiera que sea el tiempo en que se nace hay que embarcarse en la aventura de ese tiempo o quedas varado hasta que te mueres, sea en el siglo que sea. Solo te concenden una vida, unos años, si los vives intensamente es como si vivieras diez vidas.
Y nada hay que le guste más a un ser humano mediocre, y en éste, como en todos los países suelen ser la mayoría, que considerarse parte de una raza superior.
Quien nunca ha estado con una mujer latina, nunca ha estado con una mujer.
Los tanques arden, los misiles explotan y los portaviones se hunden, pero las ideas, sobre todo cuando son brillantes y justas, no arden, ni explotan, ni se hunden, sino que acaban por imponerse y prevalecer a lo largo de los siglos, por lo que seguirán vigentes cuando de los que utilizaban esos tanques y esos misiles ya no quede ni el más leve recuerdo.
Tan solo y desconsolado como sólo podía sentirse un ser humano en el momento de morir lejos de Ingrid.
-La verdad es que estamos llegando a un punto en que tendremos que empezar a escuchar más a nuestras conciencias y menos a nuestros políticos.
Los fascistas hicieron correr ríos de sangre pero no consiguieron apagar la llama de la esperanza en un mundo en que al fin imperara la justicia. Los actuares socialistas están haciendo correr ríos de tinta que a ese respecto se muestra mucho más eficaz que la sangre.
El desierto no tiene moral. Por eso, nada de lo que te ha enseñado la sociedad te sirve cuando te enfrentas a él.
Un escritor no debe hablar sino escribir; el lector lee lo que ha escrito y punto; lo que ni has puesto en el libro no vale la pena decirlo de palabra.
En la antigüedad los sabios conducían a los tontos por los senderos de la paz. Ahora, los tontos arreaban a bastonazos a los sabios hacia el abismo de la guerra.